—Hola —le dijo el niño al llegar—, he viajado desde muy lejos, lo hice única y especialmente para venir a verte. Me ha costado encontrarte, pero aquí estás. Aunque no podías verme, aun así, yo si te veía, siempre te he visto, siempre te he observado, durante toda la vida que llevas andando por aquí. Te he visto feliz y te he visto triste, te he visto excitado y te he visto deprimido, te he visto disfrutar y te he visto aburrido, te he visto motivado y te he visto desesperado, te he visto con otros a tu alrededor y te he visto solo, te he visto ayudar y te he visto pedir ayuda, te he visto en la abundancia y te he visto en la escasez, te visto amado y te he visto rechazado, te he visto hablar y te he visto enmudecer, te he visto cantar y te he visto callar. Nada ha escapado de mi vista, y puedo decirte que estoy asombrado: por lo que eres capaz y por lo que crees no serlo, por volver a levantarte y por creer que ya no puedes hacerlo, por tu vitalidad para descubrir nuevos caminos y por tu increíble necesidad de arreglar el pasado. Yo vengo desde ese pasado, pero también vengo desde el presente y desde el futuro. No hay nada del pasado que tu puedas cambiar, en realidad yo tampoco puedo. Pero sé lo que quieres, sé lo que deseas, y sé que te desespera el no poder conseguirlo. Ojalá lo consiguieses, a mi también me haría feliz. Eres idealista, y eso siempre tiene dos caras. Sé que ya sabes que no todo depende de ti, y que tu voluntad no es suficiente más que para moverte a ti mismo. Se que has hecho lo que estuvo en tu mano, y sé que te has hecho responsable de lo que te ha tocado. Ahora descansa, deja de culparte, libérate de cualquier pesada carga que te impida avanzar y avanza. Sigue creciendo, crece, crece. Yo te seguiré observando, no como quien vigila, sino como alguien a quien necesitas para que te recuerde lo que eres, lo que has sido y lo que llegarás a ser. Tu avanza, sigue avanzando, crece, continúa creciendo. Al final llegarás.
